Un trabajo de escritura colectiva a
cargo de 5° año –2015
I. Las personas
II. El hecho
III. La evidencia
I.
LAS PERSONAS
Sofía Ramírez
Sofía
Ramírez era bastante pequeña de estatura, corta de palabras, tímida, como de
quince años, tan tímida que esquivaba la amistad de sus compañeros, temerosa de
las bromas de algunos y sin el valor para devolverlas. Siempre fue la menos
arrojada a las travesuras, la más torpe en los juegos y la más responsable en
clase, aunque no tenía las mejores notas, quizás su propia introversión le
impedía decir lo que sabía.
Esa
tarde se encontraba en su casa haciendo la tarea de inglés, materia que le
gustaba mucho. Se sintió con ganas de despejarse un rato de todo y decidió ir
al parque a pasar un rato con su perro; le puso la correa, salió de su casa,
hizo dos cuadras por la avenida, rodeó el club atlético y tomó la avenida
derecho al parque.
Tomás
Ese
día Tomás se despertó temprano porque debía ayudar a su papá a cortar el pasto
de su casa. Tomó mate con su mamá y con una sonrisa se fue al patio, donde
desde temprano ya estaba su papá.
Tomás
es un poco perezoso, pero le encanta ayudar. Cortó el pasto, podó los árboles y
en el cantero en frente de la ventana de la cocina puso las flores violetas,
esas que tanto le gustan a su mamá.
El
cansancio se estaba apoderando de Tomi. El sol cada vez más fuerte quemaba el
rostro agotado de su papá.
Justo
al mediodía escuchó el gran llamado: “la comida está lista”. Su mamá los
esperaba con un gran pastel de papas, su comida favorita.
Después
de compartir el almuerzo con su familia Tomás decidió tomar una ducha
reconfortante para después juntarse con sus amigos a jugar al futbol.
No
se había terminado de cambiar cuando escuchó el timbre. Acto seguido la voz de
su mamá que anunciaba la llegada de Ciro y Lautaro buscando a Tomi para ir al
parque.
Los
tres amigos se dirigieron a la casa de Leandro, después a la de Bautista y por
último a la casa de Juan, donde los esperaba el resto del equipo.
Todos
juntos, con una pelota, una botella de agua y un celular con música, entre
bromas, algún picadito y muchas risas se dirigieron al parque.
Plena
tarde, mucho calor, interminables carcajadas, mucho verde, suave brisa del
viento, amigos, miradas cómplices, gritos de ¡¡¡goooool!!! Tensión ante algún
penal. Resultado del partido: “empate”, y ¡¡¡sí!!! “Ante todo la amistad”, dijo
Tomi después de haber corrido un buen rato.
Cansados
se tiran boca arriba en el pasto. Disfrutando ya la nochecita agradable. Juegan
casi como quien no quiere la cosa a describir la forma en las nubes. “Una
tortuga” dice Martín, “un dragón” dijo Juan, “un auto” dijo Tomi… Un OVNI dice
Bautista. ¿Dónde, dónde? Preguntan todos y Bauti, señalando el cielo les
muestra algo con luces brillantes que se acercaba muy rápido.
Titi
Micaela
o Titi (como lo llaman en su familia) vuelve el fin de semana a su pueblo,
después de varios meses, ya que su vida de estudiante muy alejada de su lugar
natal le impide ir muy seguido a visitar su gente, sus amistades, su familia.
Tiene
26 años. Es una chica alta, rubia, de mirada clara. Es la más chica de 7
hermanos (4 varones y 3 mujeres), la más mimada.
Apasionada
por la carrera que eligió, siempre sonriente, de pocas palabras y muy
detallista. Viste diariamente ropa deportiva, de colores llamativos y es amante
de la naturaleza.
Entusiasta
por su lugar de origen, ama lo verde.
Esa
mañana soleada de sábado ella se despertó, tomo unos mates con su familia y
alrededor de las 13:00 am, su mamá le preparó su comida preferida, pastel de
papas. Siendo las 16 horas sacó del garaje el auto de su hermano mayor, preparó
el equipo de mate y salió a recorrer el pueblo, a observar la naturaleza, sus
paisajes, sus olores, su calidez tan añorada.
Después
de tantos recuerdos y casi sin darse cuenta terminó en el por qué viendo cada
árbol, observando la gente que había.
Juanqui
Se
llamaba Juan. Muchos lo conocían por el apodo más que por el nombre (Juanqui),
el apellido en este pueblo casi no era necesario, solamente se usaba para algún
trámite; tiene 30 años.
Juanqui
era hombre alegre, tenía muchos amigos, trabajo y familia, era jugador de
fútbol del club del pueblo, y amante de los asados. Esta fue la razón que no lo haría faltar a aquella
cita en el parque. Acomodó sus horarios y como prometió, allí iba a estar.
Valentina
Era
un día como todos los otros para mí, hacía lo mismo que siempre, mantenía mi
rutina. Me levanté muy temprano, limpiaba mi casa con mamá y luego fuimos a
hacer unas compras. Siempre la acompañaba para ayudarla con las bolsas. Para mí,
sí que era tiempo valioso y pensé entonces que disfrutaba de mi compañía. Nos
dirigimos a la góndola de lácteos y había un grupo de chicas comentando un tal
evento en el parque de la localidad. Como curiosa me quede cerca, pero mi mamá
me llamaba en la cola para la caja. De camino a casa, la duda y la curiosidad
se movían de lado a lado en mi cabeza. A las 12:00 nos sentamos todos a
almorzar, ayudé a juntar la mesa un poco después y subí a mi habitación. Dormí
una siesta de esas que reparan cualquier mañana rara que haya tenido algo
mínimo de diferente. Me desperté a las 16:42PM, miré por la ventana y era un
día hermoso. Preparé el equipo de mate, lo metí en mi mochila, me puse las
zapatillas deportivas y dejé una nota en la mesa a mi mamá. Yo tenía todas las
cualidades pero sobre todo era curiosa y nunca me gustó eso de dejar de perseguir
lo que a mí me parecía, tenía opinión propia y una definida decisión, si algo
en mi cabeza rondaba… ¡Yo tenía que saber que era! Así que empecé a caminar
para el parque.
Sofía González
Sofía
González era una chica de 17 años, estatura media, morocha, alegre, amable y de
ojos oscuros.
Aquel
día estuvo con su familia, con la que le encanta pasar tiempo. Cuando terminó
de almorzar tomó su bici y salió a
andar por el pueblo. Luego de un rato,
ya aburrida, pasó por su casa, agarró a su perrito Max y fueron hacia el
parque, un día soleado, lindo para caminar. Al llegar al parque, había un par
de jóvenes. Se sentó en el pasto un rato con Max, después de un rato le sacó la
correa. Este salió corriendo, Sofía fue atrás de él, pero al llegar al lugar en
donde se paró Max, quedó sorprendida y aterrada con lo que se encontró allí.
Pedro
Pedro
era un adolescente de la localidad de Saavedra que vivía junto a sus padres y
su gatito.
Ese
día Pedro se levantó temprano para poder ordenar un poco su pieza. Luego de
ordenarla se encontró a su madre cocinando lo que a él más le gustaba,
canelones de verdura, y llamó a su padre para desearle buenos días.
Luego
de comer, se sentía muy cansado por lo que se acostó a dormir un rato. Al
despertar salió a correr hasta el parque; allí se encorno con sus amigos…
Juan Pablo
Juan
Pablo tiene 32 años, casado y padre de dos hijos. Trabaja en el campo todo el
día y ve a su familia a la noche únicamente. Es alto, con buen físico y además
es muy sociable.
Al
terminar la semana, cansado de trabajar, al fin llego el día del descanso: esa
tarde se juntó con Martín, prepararon el mate y fueron al parque, dejando a su
mujer y a sus hijos en la casa, quienes irían más tarde.
Martín
Martín
Pérez tenía unos 30 años de edad. Era alto, morocho y corpulento. Amigable,
tranquilo y querido. Una persona sin una creencia política ni religiosa fija.
Creía en la existencia de extraterrestres o de espíritus y de la vida en otros
planetas.
Era
el segundo hijo de Juana García y Fernando Pérez.
Toda
su vida vivió en Saavedra, hasta que terminó la secundaria y se fue a vivir a
Bahía Blanca, donde estudió psicología durante 6 años hasta recibirse. Vivió 3
años y medio más en Bahía y decidió volver a su pueblo que tanto quería. En él
se puso en pareja con María, quien vivía en su pueblo desde chica y se conocían
de toda la vida. Ellas era profesora de educación física. Se casaron, formaron
una familia y tuvieron 2 hijos.
Martín
siempre mantuvo una gran relación con sus amigos de Saavedra. Una de esas era
la que tenía con Juan Pablo. Era Juan Pablo con el que más tiempo pasaba, con
el que se veía más seguido.
Una
tarde de sábado, decidieron ir al parque a pasar el día con sus familias. A eso
de las 3 de la tarde, Martín se dirigió
a lo de Juan Pablo junto a uno de sus hijos; María y el otro niño irían más
tarde.
Al
ir más tarde, María no verá “el hecho”.
Marcos
Un
día como hoy, Marcos estaba en su casa esperando que se hicieran las 15:00 para
ir al parque y juntarse con sus amigos a tomar mate o jugar a la pelota.
Cuando
llegó vio que las demás personas que estaban allí no prestaron atención a lo
que pasaba; pero él y sus amigos se quedaron tan asombrados al ver semejante
cosa que ninguno podía decir una palabra. Estaban todos con la boca abierta y
mirando muy atentos, nunca en su vida habían visto algo así y luego cuando todo
terminara seguirían recordando lo sucedido.
Uno
de los amigos de Marcos se desmayó de la impresión.
II.
EL HECHO
El sol se
escondía del otro lado de las sierras y desde el parque algunos lo veían caer.
Otros jugaban a la pelota, unos pocos protestaban porque el mate estaba lavado
y uno de ellos volvía del baño imaginando los ricos choripanes que iba a
preparar. Aunque no se sabe exactamente qué pensaba cada uno de ellos, es
seguro que todos dejaron de pensar instantáneamente. Cuando vieron esa luz
potente que bajaba silenciosamente, dejaron el mate, la pelota, los
pensamientos y el sol: abrieron la boca y los ojos les quedaron como dos huevos
fritos. Nadie dijo nada. Una cosa extraña rodeada por una luz blanca bajó del
cielo y se posó suavemente en el verde de aquel parque saavedrense. Hizo unas
piruetas muy simétricas, quemó gran parte del pasto y después de ¿media hora?
se fue sin decir ni mú. Aunque algunos aseguran que la visita extraterrestre
duró treinta minutos como mínimo, gran parte de los testigos afirma que no
fueron más de cinco minutos. Nadie puede conocerlo con certeza puesto que lo
que menos se les ocurrió fue mirar el reloj. Cuando la “cosa-nave” se perdió
entre el ya casi oscuro cielo, muchos de los presentes se levantaron (siempre
en silencio y con movimientos lentos) y fueron al lugar de las piruetas. Ellos
fueron los primeros en ver lo que los seres espaciales nos habían dejado como
recuerdo. En el césped quemado del parque se leían dos palabras gigantes.
Muy pocos se
animaron a contar lo que vieron (muchos tenían miedo a ser tildados de locos.
Ya sabemos, pueblo chico…). De todos modos, al mensaje lo vimos todos. Porque
naturalmente después, durante bastante tiempo, al pasar por el acceso se podía
leer desde la ruta el “te amo” dibujado en el pasto. Más de una pareja
aprovechó la ocasión para sacar selfie y subir a Facebook. Las 17 personas que
estaban aquella tardecita nunca publicaron nada. Algunos terminaron con
psicólogo y pastillas para dormir. Otros no le dieron mayor importancia. Y uno
de ellos, dicen las malas lenguas del pueblo, vuelve todas las noches al lugar
esperando otro mensaje del más allá. No nos alarmemos. Pero estemos
atentos.
III.
LA EVIDENCIA

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